JOHN PIELMEIER

Empecé a escribir “Agnus Dei” en febrero del 78. Durante algún tiempo me sentí influido por mi herencia católica y el contexto histórico de algunos de sus problemas- me preguntaba a mí mismo: ¿existen hoy santos?, ¿existen hoy milagros? Y si los hay, ¿ha cambiado o no nuestra manera de percibirlos? Al mismo tiempo, no sin cierto temor, descubría cómo iba despertándose en mí un sentimiento de religiosidad que creía olvidado. Me ha interesado siempre todo lo relacionado con el espíritu, hasta el punto de haber sido socio hace años de un grupo de católicos desencantados que se llamaban a sí mismos ex católicos. Sin darme cuenta, el viaje aquel que emprendía iba a convertirse en la espina dorsal de la comedia que me había propuesto escribir.

Al examinar mis dudas, me parecía excesivo suponer que el mundo tal como lo conocemos, incluyendo algunas leyes “inmutables” de la ciencia, pueda ser igual que hace dos mil años. Esta observación sólo me servía para que se me complicaran más las cosas, bloqueando la llegada al escenario de una serie de respuestas al sin fin de interrogantes que me hacía a mí mismo en aquellos momentos. Y entonces pensé que el hecho de no encontrar contestación a mis preguntas era ya una contestación; que nuestra manía de buscar explicaciones a todo lo que no comprendemos ha eliminado de nuestra vida el misterio y las maravillas de que está lleno el universo. Y por toda solución incluía a los ateos tanto como a los teístas, sin olvidarme de ese miedo ancestral, confuso, nebuloso, inexplicable, que existe lo mismo en unos que en otros.

Pero ahora necesitaba más que nunca una plataforma dramática en la que poder exponer mis problemas y poder explorarlos uno a uno. Una noche, a punto de dormirme, recordé un titular que había leído hacía unos meses en un semanario sensacionalista. Decía así: “Una monja asesina a un recién nacido”. El asunto carecía de interés para transformarlo en obra dramática, ni siquiera se me ocurrió indagar sobre el suceso, pero como pretexto me pareció lo suficientemente importante como para defender y atacar desde su perspectiva todas mis dudas y mi tesis.

Varias veces he escrito y revisado la obra. Y, por fin, en la temporada 80-81 “Agnus Dei” veía la luz en varias capitales de provincia. Una de ellas, Baltimore, donde la conoció su actual productor, Ken Waissman, contratándola para su estreno en Broadway. Y allí en el Music Box se representa actualmente. Son sus intérpretes Elisabeth Ashley, Geraldine Page y Amanda Plummer. A esta última, por su labor en mi comedia, le acaba de ser concedido el premio “Tony” de este año.

La historia de “Agnus Dei” es como un viaje que emprenden tres mujeres. Y con ellas el público. Viaje iniciado antes por el autor y para el que precisa la ayuda y la compañía de todos, además de su inteligente comprensión. Como todos los viajes importantes es un viaje difícil, un viaje inquietante, en el que como en todos los viajes que se empiezan con ilusión y fe nos llevará a un final feliz nuestra propia esperanza. Viaje que es por sí mismo un auténtico milagro.

John Pielmeier